sábado, 10 de mayo de 2008

El tiempo no es oro

Cuando fui por primera vez a Tadó en el marco de investigación del proyecto con el cual desarrollé mi trabajo de grado en Antropología, me impresionó y gustó mucho el manejo que se le da al tiempo, el cual no es el mismo desde la concepción de la gente del interior del país.

El siguiente relato el cual fue escrito en el 2003 cuando llegué al muncipio puede dar una idea de ello, espero que les guste.

Soraya, niña de la comunidad de "El Carmelo". 2007

Para estar en el Chocó, esa selva húmeda tropical de la cual somos dueños y a la cual en ocasiones la vemos como una pequeña estampa de calidad de exportación más por su exoticidad de las cosas raras que nos puede ofrecer que porque en realidad sepamos algo de ella; no fue suficiente con mirar por la ventana de la avioneta con rumbo a Condoto y ver como los paisajes cambiaban de un lugar a otro hasta llegar a ver como la selva se tragaba ávidamente las abundantes y torrentes aguas que salían de las cumbres más altas, como vomitadas por la tierra para luego ser tragadas o aspiradas por aquella abundante e insaciable selva que me decía que había llegado al Chocó.

No sin más, tampoco fue suficiente al bajarme de aquella avioneta, ya con los oídos partidos del dolor por la presión que nos ofrecen las alturas, y ver a aquellas personas características de las zonas húmedas, sus pieles oscuras, su característico olor y más aún su acento que me transportaban a sueños infantiles llenos de romanticismo y de una profunda tristeza. El bochornosos calor, el olor, los sonidos, la selva en sí, todo ello formando un conglomerado tan colorido y atractivo pero al cual me era imposible involucrarme. No sentía aquello que sentimos cuando vamos a otro lugar y nos asienta en esa realidad.

Luego de tomar el carro para Istmina, las carreteras sin pavimentar en su mayoría, me recordaron mi niñez cuando bajaba con mi hermanita en chiva desde mi vereda hasta la escuela de niñas de mi pueblo.

Entre charlas con las personas que compartíamos el carro, nos fuimos entrando en nuestro trabajo y así fui asumiendo mi papel, todavía chueco, de “investigadora del proyecto”, pero no lograba todavía involucrarme en aquel ambiente tan desconocido.Nuestro destino llegó pronto, nuestro cronograma estaba diseñado para ser desarrollado a partir de las 2:00 p.m., siendo ya las 12:00m teníamos el tiempo justo para llegar 1:30 minutos después y prepararnos para empezar nuestro trabajo. Una persona encargada de “promocionar” la salida de los carros hacia Tadó nos hizo más fácil la búsqueda del transporte. Nos montamos al carro correspondiente. El tiempo pasaba, corría, y cada vez más continuas eran las miradas hacia el reloj que marcaban el paso del tiempo, el cual, acompasado por los pasos de la gente en la calle y el timbre de la voz de algunos que pasaban junto a nosotros, conformaban entre todos un canto bullicioso pero lento.

El conductor prende el motor, 12:30, tiempo de salir, nuestras caras (la de la investigadora del proyecto y mia) se iluminaron para recibir el camino que nos conduciría a aquel municipio. Mientras el carro iba saliendo y recogiendo gente en el camino, nos preparamos de la manera más cómoda posible, disposición de viaje; sin embargo la tensión ya se vislumbraba en nuestros movimientos. El conductor, contrario a lo que pensamos, no siguió el camino de salida del pueblo, dió una vuelta a lo que podríamos llamar la manzana (sin serlo) y parqueó en el mismo sitio donde se encontraba antes, apagó motor y se bajó tranquilamente del carro, pero ahora fue peor, el chofer se perdió entre la multitud.

Fue precisamente en ese momento cuando me di cuenta de mi inocencia y de una sola certeza: estaba en otro mundo muy diferente al que conocía. En este momento comencé a entender los ritmos de la gente al hablar, los olores y el ritmo al caminar de las señoras en el mercado que van pasando de un lado a otro arrastrando sus chanclas, sonriendo con todo el mundo y mirándo detenidamente y sin prisa lo que quieren llevar.

A pesar de ello no podía soltarme de mis modelos aprendidos sobre el mundo citadino y más ahora que nos sentíamos preocupadas por no llegar a tiempo. No recuerdo cuanto tiempo pasó, me dedique a ver pasar la gente y a mirar lo que compraban y vendían en la calle, debió haber sido bastante porque cuando el conductor se montó de nuevo al carro y vi la cara de mi compañera estaba un poco descompuesta. El carro de nuevo en marcha, aunque en este momento me preocupaba si salía o no de este municipio lo más rápido posible, no podía dejar de fijarme en los rostros de la gente, sus cuerpos, la piel, el ritmo al andar; se volvió algo interesante en lugar de distractor.

Una cuadra más adelante una señora que iba en el carro hizo parar el carro con un suave pero enérgico: ¡Pare!

Y ahora que? - pensé.

- Pregunte cuanto vale esa heladera - le dice la señora al ayudante del carro. Este sin ningún miramiento se baja y responde a las peticiones de la señora.

La gente del carro no hace ninguna objeción, la cual era esperada por nosotras quienes no concebíamos que hasta ese momento se le viniera a ocurrir comprar la heladera, pues ya llevábamos cerca de una hora sentadas en el carro. Parecía normal para todo el mundo, lo que daba a la vez el derecho a cualquiera y en cualquier otro lugar de hacer lo mismo.

De vuelta el ayudante le responde:

- 5000 pesos

La señora se queda mirándola como calculando la capacidad interna de la heladera, diciendo

- No, esa está muy cara, ¿y la otra?.

El joven regresa de nuevo al almacén, pregunta y se devuelve con un $3500 como respuesta.

Le entrega un billete de $5000 acompañado de un ¡comprala pues!

Un minuto más tarde estabamos de nuevo en marcha, con heladera en el techo, $1500 de devuelta, mi maleta de mis manos al suelo y mis pies buscando más espacio tal vez manifestando mi incursión en el tiempo del Chocó.

6 comentarios:

Unknown dijo...

Hola Vero !!!
Que linda crónica, y la foto es espectacular.
Siento una sana envidia, porque debe ser una experiencia única e poder conocer un lugar tan rico, y poder plasmarlo como tu lo haces !!!
Te felicito.
Te dejo un beso, y muchas gracias por tus visita, y tu ofrecimiento ^_^

rio de sal dijo...

De nada key, si es una experiencia única, me encanta poder trabajar en el chocó, es espectacular la gente y las experiencias que allá se viven.

Esteban Dublín dijo...

Qué lindo tener tan cerca un lugar tan alejado gracias a esta iniciativa.

Querida Verónica, te hago una pregunta: ¿nunca han pensado sacar Homo Habitus como publicación impresa? Tienen muchas cosas que contar.

rio de sal dijo...

si, hemos pensado mucho en eso, pero hasta el momento no hemos podido conseguir recursos para hacerlo, porque quisieramos una edición a todo color, en donde se pueda apreciar la calidad artística de las imágenes al igual que los contenidos; si tienes por ahí contactos para desarrollar este proyecto se aceptan sugerencias.
jejeje,
gracias por el apoyo y apreciación, un abrazo esteban

Verónica

Anónimo dijo...

Mis felicitaciones a los fotografos. Me encantan sus fotos, son bonitas, frescas, muy etnográficas y lo mejor, sin porno miseria de por medio.
Un abrazo

rio de sal dijo...

Gracias a Maestro Casafuz, me agrada que te guste tanto, un abrazo